Futurismo distractor, por Eduardo Ruiz-Healy



Platicaba con un buen amigo mío hace un par de días y me explicaba cómo desarrolló exitosamente su carrera profesional dentro de la misma organización. Recién egresado de la universidad fue contratado por una importante corporación trasnacional para ocupar un cargo de bajo nivel y mínima responsabilidad. Trabajó duró y lentamente fue ascendiendo hasta llegar a ser uno de los vicepresidentes con más poder y personal bajo sus órdenes. 

Después de casi 40 años de servicios se jubiló y hoy vive rodeado de comodidades y sin ningún problema económico. No fue presidente porque ese cargo siempre ha sido para un extranjero oriundo del país sede de la empresa.

Mi amigo me dijo que siempre se concentró en hacer su trabajo de la mejor manera posible, sin pensar si por ello lograría ascender dentro de la jerarquía corporativa. Le quedaba muy claro que la empresa para la que trabajaba premiaba a la gente con base en sus méritos y que solo los que mejor se desempeñaban tenían oportunidad de avanzar dentro de la organización. Ahí no servían de mucho las intrigas contra compañeros trabajadores, las actitudes serviles ante los jefes ni la politiquería barata. Lo único que se tomaba en cuenta para ascender al personal era la excelencia en el trabajo. La competencia era contra uno mismo y los demás. En resumen: una verdadera meritocracia que ha contribuido a que esta empresa sea una de las más importantes y poderosas del mundo del mundo.

La historia de mi amigo es similar a la de muchas mujeres y hombres que han accedido a los más altos cargos dentro de empresas profesionalmente administradas, en donde los ascensos se dan por los méritos y logros individuales.

También, la historia de mi amigo contrasta mucho con las de tantos funcionarios que, siendo unos ineptos e incapaces, han llegado ha ocupar cargos de alta jerarquía y responsabilidad dentro del sector público, sea dentro del poder ejecutivo, legislativo o judicial, sea al nivel federal, estatal o municipal.

Hable con cualquier funcionario de alto nivel de cualquier gobierno estatal, incluido el Distrito Federal. La mayoría de los miembros del gabinete del gobernador o jefe de gobierno del DF se ven como los sucesores al cargo de sus respectivos jefes y son capaces de todo con tal de lograr su objetivo: desprestigiar a los colegas, intrigarlos con el jefe, hacer alianza con el mismísimo diablo; todo, menos realizar su trabajo de la mejor manera posible. Sus actuales responsabilidades las delegan a los subordinados que consideran como los más fieles e incapaces de traicionarlos mientras ellos se dedican a perseguir el jugoso hueso que representa el puesto de gobernador o jefe de gobierno. El problema es que esos subordinados también están concentrados en ver cómo heredan el cargo de su jefe. Y así, hasta los niveles más bajos de la burocracia.

Claro que dentro del sector público hay algunas excepciones que confirman la regla, pero la verdad es que los méritos, la excelencia y el profesionalismo de un funcionario rara vez son los ingredientes que explican su éxito.

Para los funcionarios ambiciosos el futuro es lo que importa y el presente no. Este futurismo los distrae de sus responsabilidades y por eso no debe sorprendernos de que en nuestro país el gobierno sea tan ineficiente e ineficaz. Es más, debería sorprendernos de que haya gobierno cuando los principales responsables del mismo están dedicados en cuerpo y alma a buscar el siguiente cargo dentro de la jerarquía del poder.

Sitio web: ruizhealytimes.com

e-mail: eduardoruizhealy@gmail.com

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