De un plumazo Trump nos perjudicaría, opinión de Eduardo Ruiz-Healy

El Tratado de Libre Comercio de América Latina (TLCAN), o en inglés North American Free Trade Agreement (NAFTA), fue firmado el 8 de diciembre de 1992 por los presidentes de México y Estados Unidos, Carlos Salinas y George H. W. Bush, respectivamente, y por el primer ministro de Canadá, Brian Mulroney, y entró en vigor el 1 de enero de 1994.

En el sitio www.tlcanhoy.org se anota lo más importante de las ocho secciones y 22 capítulos en que se divide el tratado:

"Eliminación arancelaria de miles de bienes que cruzan las fronteras en América del Norte; Reducciones arancelarias escalonadas y reglas especiales para productos de los sectores agropecuario, automotriz y bienes textiles y del vestido; Compromisos especiales relativos a las telecomunicaciones y los servicios financieros; Procesos formales de solución de controversias; Compromiso recíproco de tratar a los inversionistas y a sus inversiones en el territorio del país receptor de forma no menos favorable en relación al trato que otorga a sus propios inversionistas; Protección adecuada y efectiva, así como la aplicación rigurosa de una amplia gama de derechos de propiedad intelectual; Acceso a oportunidades de compras del sector público a nivel federal en Canadá, México y Estados Unidos; Reglas de origen que se emplean para determinar si un bien cumple los requisitos necesarios para recibir trato preferencial en virtud de las disposiciones del TLCAN".

Desde el 11 de junio de 1990, cuando los gobiernos de papá Bush y Salinas anunciaron que negociarían un acuerdo comercial, el TLCAN ha sido motivo de fuertes discusiones entre sus defensores y sus opositores. En Internet pueden encontrarse diversos análisis, pero recomiendo el de Gerardo Esquivel (@esquivelgerardo) intitulado El TLCAN: 20 años de claroscuros, publicado el 8 de diciembre de 2014 en la revista Foreign Affairs Latinoamérica (Volumen 14 Número 2).

En sus comentarios finales, Esquivel escribe:

"Las 2 décadas de vigencia del TLCAN han dejado un saldo de claroscuros. Por un lado, si evaluamos al TLCAN de acuerdo con sus objetivos inmediatos (comercio e inversión), los resultados son relativamente favorables aunque con una clara pérdida de dinamismo en los años recientes. Por otra parte, si evaluamos al TLCAN por sus objetivos finales, los resultados son claramente desfavorables, ya que el tratado no parece haber contribuido de manera significativa a aumentar el crecimiento económico, a cerrar la brecha con los socios comerciales, a reducir la migración, a mejorar los niveles salariales o a reducir la pobreza. Otras dimensiones aportan elementos favorables, como el aumento en el nivel de vida a través del acceso a una mayor variedad de bienes de consumo, aunque también hay resultados indeseables, como el aumento en la desigualdad regional o la mayor sincronización (y, por ende, vulnerabilidad) con el ciclo económico estadounidense".

El texto de Esquivel puede leerse en https://revistafal.com/el-tlcan-20-anos-de-claroscuros-2.

Nos guste o no, nuestra realidad económica no puede explicarse sin el TLCAN. Esta realidad podría derrumbarse en caso de que Donald Trump, en caso de llegar a la presidencia de Estados Unidos, decidiera sustraer a su país del acuerdo invocando el Artículo 2205 del mismo, que señala: "Una Parte podrá retirarse de este Tratado seis meses después de notificar por escrito a las otras Partes su intención de hacerlo. Cuando una Parte se haya retirado, el Tratado permanecerá en vigor para las otras Partes".

Así de simple: de un plumazo Trump acabaría con la relación comercial que según él es la causa de una ruina económica de Estados Unidos, ruina que existe solo dentro de su cabeza.

De un plumazo, destruiría el paradigma económico vigente, generaría una gran inestabilidad y perjudicaría a millones de mexicanos y estadounidenses.

Sitio web: ruizhealytimes.com

Twitter: @ruizhealy

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